Lenguaje no sexista: ignorantes e ignorantas, por Mario Luna
Desde hace un tiempo, vengo observando una transformación curiosa en el discurso de muchos políticos. Y es que este ha empezado a alargarse más y más con fórmulas gramaticales que no añaden contenido a su mensaje.
Algo que, como escritor, lector, amante de las lenguas —y muy especialmente de la mía— siempre me causó cierta desazón.
Al principio no sabía explicar por qué, pero con el tiempo esta repulsa comenzó a tomar sobre todo la forma de miedo.
¿A?
Pues sobre todo, miedo a que nuestro idioma se convierta en una herramienta emperifollada más al servicio de una supuesta «corrección política» que de la comunicación poderosa y eficaz.
A fin de cuentas, ya casi todos los discursos políticos contienen frases así:
«Porque nosotros y nosotras…»
Y, delante o detrás, el «blablablá» pertinente que lo acompañe.
Por supuesto, en función del corte ideológico del político en cuestión, estos plurales pueden duplicarse más o menos veces. En sus versiones más extremas, llegan LITERALMENTE a aumentar el tamaño (si es texto escrito) o duración (si es hablado) del mensaje hasta límites que han llegado a preocuparme seriamente.
Para que me entiendas, compara:
Nosotros estamos preocupados por el bienestar de nuestros ciudadanos.
Con:
Nosotros y nosotras estamos preocupados y preocupadas por el bienestar de nuestros ciudadanos y de nuestras ciudadanas.
Es decir, más ortopédico imposible.
¿Y qué ocurre si llevamos esta práctica comunicativa hasta su última consecuencia (algo que, por pura CONGRUENCIA, deberían hacer todos cuantos de verdad creen en la ideología que la sustenta)?
Pues el resultado es que la comunicación oral o escrita no sólo pierde buena parte de su eficacia y belleza, sino que además…
…lo que quiera que sea que tienes que decir o escribir se convierte en un tostón insufrible.
¿Tengo prejuicios?
Puede ser. Para un defensor acérrimo de la productividad que ha dedicado su vida a la búsqueda de sinergias y a desarrollar una psicología del éxito, semejante desprecio de la filosofía neta me provoca todo tipo de alergias mentales.

Quizás por ello, a medida que fui tomando conciencia del problema, llegué a un punto en que me costaba no desconfiar de cualquier político que abusase de este «uso del lenguaje no sexista».
Y la razón es que —dejando a un lado aspectos como su historia, belleza o impacto cultural—,
Si estás dispuesto a convertir la herramienta con la que a diario se comunican millones de personas en un armatoste pesado y casi inmanejable, ¿en cuántos otros ámbitos te traen sin cuidado la eficiencia y la productividad?
Y todo ¿por qué? ¿Por amor a la verdadera igualdad de género o por amor a unos votos extra? ¿Por ética o por demagogia?
Cada vez que veo a uno de estos personajes exhibiendo sus poses, tics, gestos y muletillas «políticamente correctas», mi intuición al respecto está muy clara. Dicho de otra forma:
Si fuese perro, ladraría.
Y lo dice alguien que debería estar libre de toda sospecha de machismo. Alguien feminista (siempre que entendamos la palabra «feminismo» como una exigencia de igualdad de derechos y de responsabilidades entre géneros y no un odio irracional hacia todo lo que tiene pene).
Desde que tengo uso de razón he defendido la igualdad, asumido —solo o en pareja— buena parte o todas las tareas domésticas y, cada vez más, empatizo tanto con hombres como con mujeres en las cuestiones que más les afectan en la vida.
Pero la cosa no termina ahí. Es decir:
Me considero una persona abierta a que el lenguaje evolucione.
De hecho, si sigues mi trabajo, sabes que habitualmente publico estados, artículos e incluso libros usando la @ para incluir ambos géneros (ejemplo: «apreciad@ amig@»). No porque crea que sea estrictamente necesario para que mis lectoras se sientan incluidas, sino simplemente porque las desventajas de hacerlo me parecen mínimas y creo que en muchos casos no superan a sus posibles ventajas.
Pero de eso a abrazar cualquier moda por ganarse unas cuantas simpatías sin dedicar el menor pensamiento a sus posibles consecuencias, hay un buen trecho.
Porque… ¿de verdad es sexista que, por ejemplo, la vocal del plural para designar masculino y femenino coincida con el singular masculino? (Ejemplo: «Ciudadanos» para designar «ciudadanos» y «ciudadanas»)
Yo no lo creo, de la misma forma que no creo que el hecho de que palabras con connotaciones positivas (como «igualdad», «generosidad», «fraternidad», «libertad») sean femeninas perjudiquen en modo alguno a los hombres.
Aún así, si alguien me convenciese —y estoy abierto a ello— de que estos rasgos de nuestra lengua sí suponen un problema real que vale la pena afrontar, seguramente yo votaría a favor de que se crease un nuevo género plural neutro (como en inglés y otros idiomas) y de que se tomasen otras medidas semejantes. Cualquier cosa antes que convertir la comunicación en un monstruo repulsivo, inmanejable y enemigo de los procesos cognitivos.
Y ojo, que no estoy diciendo que me importe lo más mínimo que algunos indiviuduos abracen este supuesto «lenguaje no sexista».
A fin de cuentas, el problema principal no es que una pande de ignorantes o desaprensivos atenten contra el uso inteligente —inteligente para el que no saca tajada del asunto, esto es— del lenguaje.
No. La verdadera amenaza estriba en que…
…tan pronto como se asume que una práctica lingüística es la políticamente correcta, se genera una creciente presión en todos los miembros de la sociedad.
De forma que, o la abrazan, o ellos mismos se estigmatizan.
Pues bien, curiosamente hoy un miembro de nuestra comunidad de kaizenekas me ha enviado el siguiente artículo, que deseo compartir contigo.
Cualquier cosa que te haya dicho o te pudiera decir, creo que palidece ante la contundencia del artículo de esta presunta profesora de instituto público (digo «presunta» porque parece que el autor o autora parece que ha optado por preservar su anonimato, además de otros problemas que presenta y de los que te hablo al final del artículo).
No lo pierdas, especialmente su frase final. No tiene desperdicio.
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SOBRE IGNORANTES E IGNORANTAS
Carta de una Profesora con acertadísima y lapidaria frase final.
Yo no soy víctima de la Ley Nacional de Educación.
Tengo 60 años y he tenido la suerte de estudiar bajo unos planes educativos buenos, que primaban el esfuerzo y la formación de los alumnos por encima de las estadísticas de aprobados y de la propaganda política.
En jardín (así se llamaba entonces lo que hoy es «educación infantil», mire usted) empecé a estudiar con una cartilla que todavía recuerdo perfectamente:
la A de «araña», la E de «elefante», la I de «iglesia» la O de «ojo» y la U de «uña».
Luego, cuando eras un poco mayor, llegaba «Semillitas», un librito con poco más de 100 páginas y un montón de lecturas, no como ahora, que pagas por tres tomos llenos de dibujos que apenas traen texto.
Eso sí, en el Semillitas, no había que colorear ninguna página, que para eso teníamos cuadernos.
En Primaria estudiábamos Lengua , Matemáticas , Ciencias, no teníamos Educación Física.
En 6º de Primaria, si en un examen tenías una falta de ortografía del tipo de «b en vez de v» o cinco faltas de acentos, te bajaban y bien bajada la nota.
En Bachillerato, estudié Historia de España, Latín, Literatura y Filosofía.
Leí El Quijote y el Lazarillo de Tormes; leí las «Coplas a la Muerte de su Padre» de Jorge Manrique, a Garcilaso, a Góngora, a Lope de Vega o a Espronceda…
Pero, sobre todo, aprendí a hablar y a escribir con corrección.
Aprendí a amar nuestra lengua, nuestra historia y nuestra cultura.
Y.. vamos con la Gramática.
En castellano existen los participios activos como derivado de los tiempos verbales.
El participio activo del verbo atacar es «atacante»;
el de salir es «saliente»; el de cantar es «cantante» y el de existir,»existente».
¿Cuál es el del verbo ser? Es «ente», que significa «el que tiene identidad», en definitiva «el que es». Por ello, cuando queremos nombrar a la persona que denota capacidad de ejercer la acción que expresa el verbo, se añade a este la terminación «ente».
Así, al que preside, se le llama «presidente» y nunca «presidenta»,independientemente del género (masculino o femenino) del que realiza la acción.
De manera análoga, se dice «capilla ardiente», no «ardienta»; se dice»estudiante», no «estudianta»; se dice «independiente» y no «independienta»; «paciente», no “pacienta»; «dirigente», no dirigenta»; «residente», no «residenta”.
Y ahora, la pregunta: nuestros políticos y muchos periodistas (hombres y mujeres, que los hombres que ejercen el periodismo no son»periodistos»), ¿hacen mal uso de la lengua por motivos ideológicos o por ignorancia de la Gramática de la Lengua Española ? Creo que por las
dos razones. Es más, creo que la ignorancia les lleva a aplicar patrones ideológicos y la misma aplicación automática de esos patrones ideológicos los hace más ignorantes (a ellos y a sus seguidores).
Les propongo que pasen el mensaje a vuestros amigos y conocidos, en la esperanza de que llegue finalmente a esos ignorantes semovientes (no «ignorantas semovientas», aunque ocupen carteras ministeriales).
Lamento haber aguado la fiesta a un grupo de hombres que se habían asociado en defensa del género y que habían firmado un manifiesto. Algunos de los firmantes eran: el dentisto, el poeto, el sindicalisto, el pediatro, el pianisto, el golfisto, el arreglisto, el funambulisto, el proyectisto, el turisto, el contratisto, el paisajisto, el taxisto, el artisto, el periodisto, el taxidermisto, el telefonisto, el masajisto, el gasisto, el trompetisto, el violinisto, el maquinisto, el electricisto, el oculisto, el policío del esquino y, sobre todo, ¡el machisto!
SI ESTE ASUNTO «NO TE DA IGUAL»,
PÁSALO, POR AHÍ, CON SUERTE, TERMINA HACIENDO BIEN HASTA EN LOS MINISTERIOS.
Porque no es lo mismo tener «UN CARGO PÚBLICO»
que ser «UNA CARGA PÚBLICA»
Besos, besas.
Evidentemente, no soy lingüista ni filólogo. Y, aunque parece ser que varios expertos —como los miembros de la Fundeu— han denunciado (clica aquí) que la carta de la supuesta profesora se basa en argumentaciones erróneas, he decidido publicarla.
Pues aún así, creo que la carta, con todos sus posibles errores de base, sirve al menos para que tomemos conciencia del peligro y el absurdo al que se puede llegar cuando llevamos la idea del lenguaje no sexista hasta sus últimas consecuencias.