El verdadero Mario Luna…

¿Te ha pasado alguna vez eso de conocer a un «triunfador» al que no quieres parecerte?

A mí sí. Constantemente.

Y, si vives en el mismo mundo que yo, no deberás buscar muy lejos para encontrarlos.

Millonarios mezquinos, sin principios o cobardes.

Profesionales de éxito que hacen alarde de su decrepitud física. Gurús de la autoestima con barrigotas simbolizando el desprecio a lo más sagrado que tienen: su salud.

Genios con el corazón agrietado. Artistas amargados. Superdotados reducidos a ceniza por mil desengaños amorosos.

Y también, belleza sin alma. Cuerpos diez que cultivan emociones de aprobado justo.

O atletas sobresalientes con carreras profesionales de suspenso. Y, en algunos casos, presos de hábitos nada saludables. ¿Triunfadores? Depende. Porque ¿de qué te sirve ser el primero en una competición si flaqueas en la carrera de la vida?

Y, por supuesto, tampoco faltan pobres diablos y diablesas que persiguen el amor ajeno sin cultivar antes el propio. Desdichados que muestran el mismo afecto por su proyecto vital que por ese truño de m***da que dejan escapar al tirar de la cadena.

Como ves, los arquetipos de «hombres y mujeres de éxito» son de lo más diverso. Vienen en todo tipo de formatos y colores. Pero la mayoría tienen algo en común:

NO TE INSPIRAN

Puedes odiarlos o amarlos. Puedes sentir asco, deseo, pena o cariño. Pero…

…NO TE QUIERES PARECER A ELLOS

Y esa fue mi revelación. Ese fue el origen de Mario Luna.

No sé exactamente en qué momento, pero sé que hace años cuajó en mí la idea de que…

…SIN INTELIGENCIA INTEGRAL, NO ERES MÁS QUE OTRO ATRAPADO.

Que de poco sirve ser un fuera de serie en algo si eres un analfabeto de la felicidad. Y que, para que tu vida valga la pena, has de dedicar lo mejor de ti a estudiar (y trabajar por) aquello sobre lo que puedes influir y además es importante.

Y, sin embargo, hoy más que nunca veo que al mundo le sobran expertos de lo irrelevante. Campeones de lo vacuo. Genios potenciales que malgastan su talento profundizando en lo superfluo.

O atrapados que se vuelcan en áreas que ni siquiera dependen de ellos.

Entonces, ¿qué pinta el autor de Psicología del Éxito en todo esto? ¿Quién es Mario Luna?

O mejor dicho: ¿qué es Mario Luna?

Ante todo, un símbolo.

Mario Luna es la reivindicación de que cualquiera de nosotros puede ser mucho más de lo que está demostrando. Un recordatorio de que nuestro potencial es enorme, y de que podemos aplicarlo a lo que de verdad importa y depende de nosotros.

¿Soberbia? ¿Auto homenaje? Alto ahí.

Antes de que me quemes en la hoguera de las vanidades, déjame aclararte algo:

YO NO SOY MARIO LUNA.

Al menos, no todavía.

De hecho, «Mario Luna» ni siquiera es el nombre que aparece en mi D.N.I.

Pues lo cierto es que Mario Luna no surgió como nombre, sino como idea. O mejor dicho: como ideal.

Y ojo: no es que no me guste el nombre que aparece en mis facturas. Me encanta.

Pero me resultaba demasiado familiar. Demasiado adherido a un pasado experto en el arte de armargarse la vida. Demasiado preñado de limitaciones autoimpuestas.

Porque entiende esto:

Lo importante no era lo que inspirase en los demás un nombre: era lo que pudiera inspirar en mí.

Por eso,

Mario Luna no es un sueño hecho realidad,
sino la dirección hacia la que apuntan mis sueños.

Pues, aunque me haga llamar así,

MARIO LUNA ES UNA AFIRMACIÓN DE PROPÓSITO.

Es una flecha.

Es el héroe del éxito y la superación al que invoco en mis momentos bajos. El compromiso que recuerdo en las horas altas. Y, siempre, una promesa de cambio.

Igual que Alonso Quijano diseñó un nombre que le inspirara para convertirse en Caballero Andante, yo hice lo propio antes de abrazar «la  sagrada orden del netkaizen» (disciplina conocida también como el arte marcial de la felicidad o la vía de la optimización integral, multidisciplinar y sinérgica del ser humano).

Por eso, Mario Luna es mucho más que un nombre artístico.

Es el espíritu de esa escuela de actitud con la que siempre soñé. Es un faro y un código de conducta. Es ese traje de superhéroe que me embuto cuando tengo que rescatar a alguien del autosabotaje, incluido a mí mismo.

Y, sobre todo, representó la oportunidad de reinventarme. Algo, dicho sea de paso, en lo que puse todo mi empeño.

Vaya si lo hice….

Y, la verdad, motivación no me faltaba. Dado que mi vida amorosa era lo más patético —o al menos lo que más dolía—, no tuve más remedio que empezar por ahí.

Con el tiempo (y mil aventuras que relato en mis libros), el Mario Luna seductor y magnético caló en mí lo suficiente para que mi situación mejorara. Drásticamente. Tanto es así que llegó un día en que mi vida sexual y sentimental había superado algunas de mis fantasías más salvajes.

¿Misión cumplida? No.

No podía quedarme ahí. Si lo hacía, Mario Luna empezaría a convertirse en un chiste, una caricatura barata de ese ideal inspirador.

«Mario», me pregunté, «qué nos llevó a consagrarnos al estudio de los mecanismos de atracción y las dinámicas sociales?»

Y la respuesta era muy simple: como analfabeto sexual, me sentía roto, castrado, incompleto.

Mi timidez y completo fracaso sentimental me habían impedido acercarme a la mejor versión de mí mismo. Pero ahora el éxito en esas áreas también podría alejarme de ella.

Sobre todo si me cegaba, si perdía mi centro, si olvidaba mi norte.

¿Y cuál era mi norte?

En una frase:

Quería ser más, no menos.

Por eso le había dado un giro radical a mi existencia. Por eso impartía talleres y cambiaba la vida de otros. Por eso había escrito tantos libros.

Me había convertido en el primer científico del amor en nuestra lengua para llenar un vacío —y ese vacío nada más— en mí y en otros: no para que el material con el que lo llenaba cubriese, como un denso manto de nubarrones, el resto de mi existencia.

O la tuya.

Porque, ¿qué clase de ejemplo nos estaría dando a ti o a mí convirtiéndome en un sargeator? Si Mario Luna iba a seguir siendo un ideal, debía serlo en todo.

Además de enseñarnos a comunicar el amor por los demás,
Mario Luna nos enseñaría a expresar el amor hacia uno mismo.

Debía recorrer una senda que nos inspirase a ambos. Una vía que dejase bien claro que:

Las dinámicas sociales podían enriquecerme, pero no definirme.

Hacía años que la experiencia propia y la de mis alumnos me estaban dando señales de que ese era el camino correcto. Pero el uno de enero de 2011 me ocurrió algo que creo que ya te he contado en algún vídeo y que consolidó definitivamente esta filosofía. Y, con ella, mi nuevo rumbo profesional.

El mensaje de esta vivencia fue claro y directo:

Sin producto, no hay marketing.

En esta analogía, el mercado es nuestro entorno sexual y sentimental. Nuestras habilidades sociales, son el marketing. Y nosotros, el producto.

Pero, de alguna forma, nuestra obsesión con el marketing estaba haciendo que nos olvidáramos del producto. Un olvido trágico, pues ¿acaso no está el producto en la base de todo marketing?

Lo está. Y…

…para quien hace marketing sin producto existe un nombre: vendehumos.

¿Iba Mario Luna a representar a todos los vendehumos de este planeta o a convertirse en el paladín de los buenos productos?

Expresándolo matemáticamente:

¿Mario Luna = marketing para disfrazar tu mediocridad?

O

¿Mario Luna = marketing para celebrar tu excelencia?  

Si lo tuyo no es la mercadotecnia, otra forma de verlo es esta:

Si tienes un punto débil, lo fortaleces. Pero no te conviertes en dicho punto.

Por supuesto, mis imitadores también aportaron su granito de arena a la hora de asentar esta idea.

Cada vez que me veía en el reflejo distorsionado de aquellos que trataban de emular a Mario Luna —cuando no de plagiarlo descaradamente—, siempre me invadía una inequívoca sensación de náusea.

Ascopena pura.

En ellos, no veía hombres completos. Veía penes con patas.

Porque, aunque una cosa es tener pene, cobrar conciencia de ello y abrazar con orgullo este hecho, otra muy distinta es limitarse a ser una pilila andante.

Y lo peor es que… ¡Mario Luna había estado a un pelo de convertirse el esperpéntico símbolo de todas esas pichas errantes que tanto despreciaba!

Se suponía que yo era un experto en comunicación… ¿Tan mal había comunicado mi proyecto al mundo?

Esa era otra razón más por la que:

Mario Luna no podía ser sólo un experto en dinámicas sociales.
Debía serlo también en dinámicas vitales.

Pero el motivo principal era este:

Yo creía ciegamente en el vitalismo integral o netkaizen.

De hecho, ya coqueteaba con él mucho antes de convertirme en una referencia en el ámbito de las dinámicas sociales. Ser un ganador me motivaba mucho más que ser un seductor.

Pero no sólo eso. Además…

…¡la psicología del éxito estaba a la base de todo!

Sin ella, mi vida resultaba inexplicable. Y Mario Luna mucho más inexplicable todavía.

A fin de cuentas, ¿cuál fue la herramienta principal que usó un pardillo de barrio como yo para transformar su vida y convertir su principal debilidad en su mayor fortaleza?

¿Qué le permitió convertir a Mario Luna en el mayor experto en dinámicas sociales y psicología sexual de habla hispana? ¿Cómo acabó parte de su obra traducida a varios idiomas, de entre ellos el chino?

Muy simple:

La filosofía del ganador.

A poco que mirase atrás, reparaba en que el netkaizen había estado ahí desde siempre.

Y digo «desde siempre» y «no siempre» porque sólo bebía de ella en mis mejores momentos. Aquellos en los que sintonizaba con esa frecuencia ganadora, aquellos en los que lograba acercarme a la mejor versión de mí mismo.

Y, cada vez que lo hacía, mi vida —y la de aquellos a mi alrededor— mejoraba. Entre otras cosas, «juguetear» con esta filosofía me enseñó que…

La excelencia es más divertida que la mediocridad.

Cuando das lo mejor de ti, no sólo aprendes. Además, te entretienes. Empiezas a ver la vida como un juego repleto de pequeños retos y reglas con las que familiarizarse.

Y eso es lo que ocurre de inmediato, porque a medio y largo plazo…

Cuando abrazas la psicología del éxito, empiezan a pasar cosas.

Tu día a día se va llenando de personas, situaciones y eventos extraordinarios. Tu existencia se vuelve interesante.

Lo sabía de primera mano. Así que…

…la vía del ganador no era sólo una entelequia: era una forma de vida que quería abrazar.

La pregunta del millón era si podría hacer de ella un proyecto escalable. Si sería capaz de contagiarte a ti para que tú también te convirtieras en un atleta del éxito integral.

En caso afirmativo, la labor sería —y sigue siendo— colosal.

Tanto, que no sabía ni por dónde empezar.

Me sentía como alguien que pretendía construir una catedral con las manos desnudas. Pero, si no lo intentaba, jamás me lo perdonaría.

Finalmente, decidí empezar por la base de todo: el manual.

Psicología del Éxito, un libro de casi 1.200 páginas, que considero mi mejor obra hasta la fecha y que escribí sobre todo para mí.

Para cristalizar la frecuencia ganadora. Para sacar el netkaizen del armario. Para recordar quién es —y sobre todo qué es— Mario Luna. Para no olvidarme de quién quiero ser y hacia dónde quiero ir.

Pues, como te he dicho antes, no soy Mario Luna.

Todavía.

Pero siento que hay momentos en los que me acerco bastante a él. Aquellos en los que más me gusto.

Y no desistiré.

Algún día, seré Mario Luna.
O moriré intentándolo.

¿Prisas? Ninguna.

Porque, si algo nos enseña la psicología del éxito es a disfrutar de cada paso que damos, de cada ladrillo que ponemos.  Y yo, al igual que el resto de mi proyecto…

…me considero en obras.

Soy un trabajo en construcción.

No me cabe duda de que aún tengo por delante una labor faraónica. El proyecto que tengo en mente está muy lejos de verse plasmado. Lo que puedes encontrar, especialmente en internet, no lo representa todavía.

Y tampoco me cabe la menor duda de que, convertir todas esas ideas en algo tangible que podamos exprimir y disfrutar juntos, va a llevarme mucho tiempo y sudor.

La buena noticia es que, ofrecerte la vía del  netkaizen es sólo la mitad del esfuerzo. Porque la otra mitad es recorrerla yo mismo. Y, como te he confiado:

El camino que quiero mostrarte, es un camino que desearía recorrer de todos modos.

Aunque fuera el último habitante de la Tierra.

Porque creo en él. Porque…

…Mario Luna me ha brindado la oportunidad de reinventarme una y otra vez.

Y, aunque se trate de un personaje de ficción, aunque sólo exista en mi imaginación, te puedo decir que es…

…ALGUIEN QUE ME INSPIRA

Y sobre todo, Mario Luna es

…ALGUIEN A QUIEN ME QUIERO PARECER

Entre tanto, espero ser capaz de tomar a ese Mario Luna de arcilla y darle forma.

Hacerlo comprensible, adaptable, escalable.

Para que, se llame el tuyo como se llame, también tú cuentes con esa brújula: con tu propio Mario Luna.

NOTA: Si quieres avanzar codo a codo junto a mí hacia la mejor versión de ti mismo por la vía del netkaizen —tu herramienta de optimización integral, multidisciplinar y sinérgica—, estos son los tres acompañantes que te recomiendo llevar contigo.

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Por cierto, ¿te ha sorprendido mi confesión? Si te apetece descubrir otros sucios secretos de Mario Luna y del pobre mortal que trata de habitarlo…